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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

www.surda.se

 

 

25-07-2016

 

Ecos de la historia en los métodos dictatoriales de Erdogan

 


SURda

Opinión

Turquía

 

Robert Fisk

Si el presidente Recep Tayyip Erdogan no estuviera tan ocupado tratando de emascular a un ejército de 600 mil hombres, estaría rabiando por el contenido de un nuevo libro que, con investigación juiciosa y coincidencia dolorosamente irónica, ha aparecido en Australia con irrefutables pruebas del genocidio armenio de 1915 a manos del ejército turco (que entonces constaba de 500 mil hombres.

Durante la guerra entre 1914 y 1918 dicho ejército estuvo íntimamente involucrado en la persecución y asesinato al estilo nazi de millón y medio de armenios-cristianos. Aparentemente a nadie importó que prisioneros de guerra australianos fueran testigos del mayor crimen de guerra del conflicto. Pero ahora, aquí, viene una pequeña editorial australiana con un volumen investigado a profundidad y escrito por Bicken Babkenian y Peter Stanley, en el que el lector hallará el testimonio de prisioneros australianos y de otras naciones aliadas que presenciaron la expulsión y asesinato masivo de armenios.

Algunos sobrevivieron el sitio y rendición de Kut al Amara, en lo que hoy es Irak, y su marcha mortal hacia prisiones de Anatolia es comparable en brutalidad, si no en números, a la matanza de la población armenia ejecutada por la Turquía otomana.

Otros soldados australianos fueron capturados en Gallipoli. Muchos de ellos iban a bordo de submarinos capturados por la marina turca. Todos eran soldados aliados, no propagandistas, y sus intentos de ayudar a los armenios fue tan valiente como inocente.

Los turcos que aún niegan los acuchillamientos, decapitaciones, ejecuciones masivas y violaciones a los armenios en una campaña deliberada de genocidio (el sultán Erdogan es uno de ellos) encontrarán difícil contradecir los testimonios.

Si bien ahora tiene otras preocupaciones, Erdogan es tan férreo defensor del antiguo ejército otomano que el año pasado cambió la fecha de las conmemoraciones de la batalla de Gallipoli, de 1915, para ocultar el aniversario del comienzo de la sangrienta destrucción del pueblo armenio.

Pero cuando termine de destruir las libertades del ejército, del sistema judicial, de los servidores públicos y de los académicos, quizá después de otras relajantes vacaciones en la costa de Marmaris, Erdogan debería leer las 324 páginas sobre Armenia, Australia y la Gran Guerra.

Está, por ejemplo, el teniente Leslie Liscombe, del 14 batallón de Gallipoli, capturado por los turcos y enviado a la provincia de Angora, donde se encontró con una imagen triste y deprimente en un andén de la estación de tren: Había un número considerable de mujeres y niños armenios, soldados. Soldados turcos, armados con látigos, los metían a camiones de transporte de ovejas para llevarlos a algún lejano campo de concentración .

Poco antes de que Liscombe llegara a su lugar de detención, en un monasterio armenio, los monjes que ahí vivían habían sido, sin duda, liquidados . Todos los prisioneros de guerra australianos fueron alojados en las casas abandonadas de los armenios.

Uno de los colegas de Luscombe, el cabo George Kerr, fue enviado a trabajar en la ferrovía Geman Taurus, en las montañas, y vivía en la planta alta de una casa ocupada por 60 miserables criaturas (como escribió en el diario que llevaba en secreto). Se trataba de armenios y griegos.

El capitán Thomas White, de la fuerza aérea, fue enviado a apoyar a la guardia turca de la ciudad otomana de Mosul (que hoy es, desde luego, la capital del Isis). Vio mujeres turcas reducidas a la mendicidad, rogando por alimentos. Después fue trasladado a la ciudad armenia abandonada de Tel Arman. A pesar de que algunas mujeres y niños aún vivían ahí, todos los hombres estaban ausentes . Después de trepar una colina no muy alta encontró tumbas recientes , que hablaron elocuentemente de lo que había ocurrido a los hombres armenios.

White dice que se sintió horrorizado ante la obra de los turcos y señala más adelante que matanzas así se llevaron a cabo simultáneamente y en todo el país .

En este momento los armenios de Ras al Ein (aldea que hoy está en manos de la milicia anti Isis YPG, armada por los estadunidenses) estaban siendo preparados para emprender su marcha de la muerte hacia Deir ez Zour. White dice haber visto todo un campamento de armenios siendo agrupados como rebaño después de haberlos sacado de sus casas y llevarlos a su destino final . Después de un viaje en tren a Afion, White y otros fueron alojados en una iglesia de la que habían expulsado a sobrevivientes armenios para hacer espacio a los prisioneros de guerra. Los varones de la aldea habían sido asesinados y los muebles de sus hogares confiscados. Ahora eran expulsados de sus hogares y estaban en la calle, esperando ser llevados a su último santuario .

El soldado encontró más fosas con armenios, algunos cuyos cuerpos estaban enterrados tan cerca de la superficie que los huesos se alcanzaban a ver saliendo de la tierra .

Del lado de los prisioneros británicos, australianos e indios, 2 mil kilómetros al norte en la ruta de la muerte de Anatolia a Kut, dos de ellos descubrieron en un pueblo una casa repleta de los restos mutilados de mujeres y niños armenios .

En total, 70 por ciento de prisioneros de guerra que se rindieron en Kut y 30 por ciento de indios murieron en cautiverio. Para septiembre de 1916, los prisioneros de guerra aliados eran sepultados en el cementerio armenio de Afion.

En Yozgat, los prisioneros aliados eran alojados en casas de armenios que hacía tiempo habían sido masacrados y sus tiendas saqueadas, según el ingeniero capitán Kenneth Yearsley.

Las matanzas de armenios continuaron hasta bien entrado 1918 en el este de Turquía, donde, para crédito de los autores del libro, se consigna el asesinato masivo de aldeanos musulmanes a manos de armenios. Pero en el norte de Mesopotamia el coronel Stanley Savige, veterano australiano de Gallipoli, y sus hombres se encontraron combatiendo, en proporción de 10 contra uno, contra la caballería turca y kurda, que asesinaban a quienes se habían escapado de una columna de refugiados armenios. Entre ellos encontraron “ancianos, mujeres débiles y heridas, bebés abandonados y niños inválidos. Aún bajo fuego enemigo, los soldados lograron montar en sus caballos a mujeres y niños y abandonaron a su suerte, con dolor en el corazón , a inválidos y niños pequeños.

El capitán Robert Nichol, de Nueva Zelanda, fue asesinado al combatir por las vidas de los armenios, al tiempo que el ejército al mando del general Allenby surgió victorioso en Palestina y se dirigió hacia lo que hoy es Siria, en 1918, donde encontraron a miles de armenios a punto de morir de inanición, en su mayoría mujeres y niños, a todo lo largo del camino entre Damasco y Homs, y Hama y Alepo. Una carretera de la melancolía en lo que hoy es el escenario del horrendo conflicto en Siria y también en el camino de regreso hacia la ciudad turca de Diyabakir.

Los soldados australianos de caballería obsequiaron a los armenios todas sus provisiones y botellas de agua.

La antigua Diyabakir aún existía entonces. La mayor parte de la ciudad ha sido destruida en el combate al Partido Kurdo de los Trabajadores por el actual ejército turco (incluídos los hombres que conspiraron contra Erdogan la semana pasada).

Este es un gran volumen para ser leído por el sultán Erdogan una vez que acabe de purgar a su destruido país. Supongo que siempre podrá argumentar que, según la evidencia , el gobierno otomano no fue responsable del genocidio armenio durante la Gran Guerra, debido a que aquellos soldados, como los que ahora están en su ejército, simplemente se hicieron justicia por propia mano.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/

 

 

No será el último golpe en Turquía

 

Robert Fisk

 

Recep Tayyip Erdogan se lo había ganado. El ejército turco no iba a mantener su obediencia mientras el hombre que iba a recrear el imperio otomano convertía a sus vecinos en enemigos y a su país en una caricatura de sí mismo. Pero sería un grave error dar por sentadas dos cosas: que el sofocamiento de un golpe militar es un asunto momentáneo, después del cual el ejército se mantendrá leal a su sultán, y considerar los al menos 250 muertos y más de 2 mil 839 detenidos como algo aislado del colapso de las naciones-estados de Medio Oriente.

Los sucesos del fin de semana en Estambul y Ankara tienen íntima relación con el derrumbe de las fronteras y de la credibilidad del Estado –la suposición de que las naciones de Medio Oriente cuentan con instituciones y fronteras permanentes–, que ha infligido graves heridas en Irak, Siria, Egipto y otros países del mundo árabe.

La inestabilidad es hoy tan contagiosa en la región como la corrupción, en especial entre sus potentados y dictadores, una clase de autócratas de la que Erdogan ha sido miembro desde que cambió la constitución en beneficio propio y reinició su perverso conflicto con los kurdos.

Inútil es decir que la primera reacción de Washington fue instructiva: los turcos deben apoyar a su gobierno democráticamente electo . La parte sobre la democracia fue difícil de tragar; aún más doloroso fue recordar la reacción de ese mismo gobierno al derrocamiento del gobierno democráticamente electo de Morsi en Egipto en 2013, cuando Washington en definitiva no pidió al pueblo egipcio apoyar a Morsi y dio con prontitud su respaldo a un golpe militar mucho más sangriento que la intentona en Turquía.

Si el ejército turco hubiera triunfado, sin duda Erdogan habría recibido el mismo trato despectivo que el infortunado Morsi. Pero ¿qué se puede esperar cuando las naciones occidentales prefieren la estabilidad a la libertad y la dignidad? Por eso están preparadas a aceptar que las tropas de Irán y los milicianos iraquíes leales se unan a la batalla contra el Isis –así como los pobres 700 sunitas que desaparecieron después de la recaptura de Faluyá–, y por eso la cantaleta de Assan debe irse ha sido dejada un lado con discreción. Ahora que Bashar al-Assad ha sobrevivido al gobierno de David Cameron –y casi de seguro perdurará más allá de la presidencia de Obama–, el régimen de Damasco observará con asombro los sucesos en Turquía este fin de semana.

Las potencias victoriosas en la Primera Guerra Mundial destruyeron el imperio otomano –que era uno de los propósitos del conflicto de 1914-18, después de que la Puerta Sublime cometió el error fatal de alinearse con Alemania– y las ruinas de ese imperio fueron desmenuzadas por los Aliados y entregadas a reyes brutales, coroneles sanguinarios y un montón de dictadores. Erdogan y el grueso del ejército que ha decidido mantenerlo en el poder –por ahora– encajan en esta misma matriz de estados desgarrados.

Los signos de alarma ya estaban a la vista de Erdogan –y de Occidente– con sólo haber recordado la experiencia de Pakistán. Utilizado sin vergüenza por los estadunidenses para enviar misiles, armas de fuego y dinero a los mujaidines que combatían a los rusos, Pakistán –otro pedazo arrancado a un imperio (el indio) se convirtió en un Estado fallido, sus ciudades fueron devastadas con bombas gigantes, su corrupto ejército y su servicio de inteligencia colaboraron con los enemigos de Rusia –incluido el talibán– y luego fueron infiltrados por islamitas que a la larga acabarían amenazando al Estado mismo.

Cuando Turquía empezó a desempeñar el mismo papel para Estados Unidos en Siria –enviar armas a los insurgentes, y su corrupto servicio de inteligencia a cooperar con los islamitas para combatir el poder del Estado en Siria–, también tomó la ruta de un Estado fallido, con sus ciudades devastadas por bombas gigantes y su territorio infiltrado por islamitas. La única diferencia es que Turquía también relanzó una guerra contra los kurdos del sureste del país, donde partes de Diyabakir están ahora tan devastadas como grandes zonas de Homs o Alepo.

Demasiado tarde se dio cuenta Erdogan del costo del papel que eligió para su nación. Una cosa es disculparse con Putin y remendar las relaciones con Benjamin Netanyahu, pero cuando ya no se puede confiar en el propio ejército entonces hay asuntos más serios en los cuales concentrarse.

Dos mil arrestos o más dan idea de la seriedad del golpe para Erdogan; mucho más grande, de hecho, que el golpe que planeaba el ejército. Pero deben ser apenas unos cuantos de los miles de oficiales turcos que creen que el sultán de Estambul está destruyendo su país.

No se trata sólo de considerar el grado de horror que la OTAN y la UE habrán sentido por estos hechos. La verdadera cuestión será el grado en que el éxito (momentáneo) de Erdogan lo envalentonará para emprender más juicios, encarcelar a más periodistas, cerrar más periódicos, matar más kurdos y, para el caso, seguir negando el genocidio armenio de 1915.

A los extranjeros les resulta a veces difícil entender el grado de temor y disgusto casi racista con que los turcos observan cualquier forma de militancia kurda; Estados Unidos, Rusia, Europa –Occidente en general– han privado de contenido la palabra terrorista a grado tal que no logramos comprender hasta qué punto los turcos llaman terroristas a los kurdos y los ven como un peligro para la mera existencia del Estado turco; así es como veían a los armenios en la Primera Guerra Mundial.

Mustafá Kemal Ataturk era tal vez un buen autócrata secular, admirado incluso por Adolfo Hitler, pero su lucha por unificar a Turquía fue causada por las mismas facciones que siempre acosaron a la patria turca, junto con las sospechas oscuras (y racionales) de un complot de las potencias occidentales contra el Estado.

En suma, este fin de semana han ocurrido sucesos más dramáticos de lo que podrían parecer a simple vista. Desde la frontera de la Unión Europea, a través de Turquía, Siria, Irak y vastas partes de la península del Sinaí en Egipto y hasta Libia y –¿nos atreveremos a mencionar esto después de Niza?– Túnez, existe ahora un rastro de anarquía y estados fallidos. Sir Mark Sykes y François Georges-Picot comenzaron el desmembramiento del imperio otomano –con ayuda de Arthur Balfour–, pero éste persiste hasta nuestros días.

En esta sombría perspectiva histórica debemos ver el golpe frustrado en Ankara. Esperen otro en los meses o años por venir.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/07/17/mundo/023a1mun